jueves, noviembre 16, 2006

A long long time ago...



Bueno, qué mejor que volver al estilo batido de adoquines con salsa carbonara en dos tiempos de siete minutos, con esta historia de nuestra querida y nunca bien ponderada Ciberiada. Anda eh? con rima y tó.

Expedición quinta A, o la consulta de Trurl

No muy lejos, bajo un sol blanco, tras una estrella verde, vivían los de los Ojos de Acero. Era un pueblo feliz, alegre y audaz, porque no tenía miedo de nada: ni de pensamientos negros, ni de noches blancas, ni materia y antimateria, ya que tenían la Máquina de las máquinas, compleja, grande, bonita y fuerte. Vivían dentro, sobre, debajo y encima de ella, puesto que era lo único que tenían. Primero reunieron átomos, uno por uno, luego la construyeron y si algún átomo no cuadraba, lo transformaban hasta que quedara bien. Cada Ojos de Acero tenía su enchufe y su contacto y cada uno hacía lo suyo, es decir, lo que quería. Ni ellos gobernaban a la máquina, ni la Máquina a ellos, sino que se ayudaban mutuamente. Unos eran maquinistas, otros eran maquinarios, otros aún, maquinales, y cada uno tenía su propia maquinógrafa. Tenían cantidades de trabajo, ora les hacía falta la noche, ora el día o el eclipse de sol; este último con poca frecuencia, para que no se volviera corriente. Una vez se acercó al sol blanco tras la estrella verde un cometa de género femenino y muy cruel, atómica por todas partes, aquí la cabeza, allí la cola en cuatro filas; daba miedo verla de tan azulenca y cianótica. En efecto, lo llenó todo de peste a cianuro imposible de soportar. Este cometa llegó y dijo:
- Primero os consumiré en llamas y luego ya veremos.
Se quedaron mirándola los de los Ojos de Acero y allí la vieron: ocupaba la mitad del cielo, iba calzada de fuego, vestida de neutrones y mesones, expelía un calor loco, tenía átomos grandes como hipódromos, neutrinos, gravitones…
- Os merendaré - les dijo
Y ellos le contestaron:
- Es un malentendido, nosotros somos los de los Ojos de Acero, no tememos a nadie, ni los problemas familiares, ni los principios tradicionales, ni los pensamientos negros, ni las noches blancas, porque tenemos la Máquina de las máquinas, compleja, grande bonita y fuerte y en todo punto perfecta. Vete, pues, cometa, porque lo vas a pasar mal.
Entretanto el cometa ocupó el cielo entero, quemando, echando humo, rugiendo y silbando, hasta que se les encogió la luna y se tostó por las dos puntas. Era pequeña, resquebrajada y vieja, pero aun así les dio pena. Así que ya no dijeron nada más, sino que cogieron un campo muy fuerte, hicieron nudos en su cuatro extremos y lo enchufaron: mejor actuar, pensaron, que gastar saliva. Tronó fuerte y gimió , el cielo se serenó, el cometa se pulverizó, y se quedaron tranquilos.
Al cabo de un tiempo apareció algo, vino volando, no se sabía qué era, pero daba horror. No se podía mirar, porque cada lado era peor que el otro. Se extendió, se encogió y se sentó en la punta. Grande, pesado e inmóvil. Y molestó a más no poder.
Entonces los que estaban más cerca dijeron:
-Hey, es un malentendido, nosotros somos los de los Ojos de Acero, no tememos a nadie ni a nada, no vivimos en el planeta sino en la Máquina que no es una Máquina corriente, sino la Máquina de las máquinas, compleja, grande, bonita y fuerte y en todo punto perfecta. Vete, pues, fantasmón, porque lo vas a pasar mal.
Pero aquello, como si nada.
Entonces, para no exagerar las cosas, enviaron una máquina asustadora de pequeño formato: iría, asustaría al fantasmón y en paz, pensaron.
La máquina asustadora fue, le crujieron los programas por dentro, todos ellos tremebundos. Se acercó y ¡venga a traquetear y silbar! Incluso ella misma se asustó un poco. ¡Aquello como si nada! Probó otra vez, con fase distinta, pero le salió mal, porque asustaba sin convicción.
Vieron los de los Ojos de Acero que así no harían nada. Usaremos un calibre mayor, se dijeron, con piñones lubrificados, diferencial, universal, acoplado por todos los lados y que diera patadas. ¡Y fuertes! ¿Será suficiente? Tranquilos, gente pacífica: ¡va con energía atómica!
Así que enviaron una máquina universal, doblemente diferencial, de revoluciones silenciosas y acoplamiento retroactivo, con un maquinógrafo y una maquinógrafa dentro. Por si esto fuera poco, encima le engancharon la maquinita asustadora. Se acercó sin el menor ruido gracias a los piñones lubrificados, se paró y contó: cuatro cuartos, tres cuartos, dos cuartos, un cuarto…¡Cero! ¡Muerte! ¡Zas! ¡Setas por todas partes, como los mejores robellones, sólo que éstas brillaban porque eran radioactivas! El lubrificante se desparramó, los piñones saltaron, el maquinógrafo con la maquinógrafa miraron por la escotilla si ya estaba, pero ¡ca! ¡Ni un rasguño!
Los de los Ojos de Acero deliberaron y construyeron una máquina que construyó una maquinaria que construyó una maquinaza, tan grande que las estrellas más cercanas tuvieron que huir más al fondo. Y dentro le metieron la de piñones lubrificados y en el centro la maquinita asustadora. ¡Se acabaron las bromas!
La maquinaza hizo un esfuerzo tremendo y ¡zas! Hubo un gran estruendo, las cosas se estuvieron cayendo, saltó una seta más grande que un continente, tinieblas y rechinar de dientes (ni se sabía quién rechinaba, de tan oscuro que estaba). Cuando todo se hubo calmado, tuvieron los de los Ojos de Acero una sorpresa: ¡Aquello seguía tan orondo y las tres máquinas, hechas polvo, yacían en el suelo!
Entonces se pusieron serios y pensaron: <>
Se arremangaron, pues, y ¡a trabajar! Hicieron un enorme árbol-ariete y dijeron: Y en efecto, todo ocurrió exactamente como lo habían previsto, sólo que lo del adiós no resultó y las cosas quedaron como antes.
Aquella vez los de los Ojos de Acero cayeron en el desespero por primera vez en su vida. Tan de nuevo les venía, que no sabían que les estaba pasando, pero se movilizaron y deliberaron, hicieron trampas, lazos y cercados: <> Lo probaron todo, porque ya no sabían lo que se podía hacer. Todo funcionó muy bien, pero sin dar resultado. Ya se les habían terminado las fuerzas y las ideas, cuando vieron que alguien venía. Parecía que venía montado a caballo, pero no, los caballos no tienen ruedas; podía pues, ser una bicicleta, pero las bicicletas no tienen pico. Debía de ser entonces un cohete, pero los cohetes no tienen silla. No se sabía, pues, en qué, pero en cambio sí se veía quién venía: bien sentado en la silla como un centauro, sereno y sonriente, cada vez más cerca…, el mismísimo Trurl, el constructor, de paseo, o quizá. De expedición! Ya de lejos se notaba que era una persona importante.
Cuando se acercó y bajó, se lo contaron todo:
- Somos los de los Ojos de Acero -le dijeron-; tenemos la Máquina de las máquinas, compleja, grande, bonita y fuerte y en todo punto perfecta. Ahorramos átomos y la construimos solos, no nos da miedo nadie, ni los problemas familiares, ni los principios tradicionales, y he aquí que vino aquello, se sentó y no se mueve.
-¿Probasteis a espantarlo?- se dignó a preguntar Trurl.
-Hemos probado con la maquinita asustadora y con la maquinaria y con la maquinaza de piñones lubrificados y átomos como hipódromos. Le enviamos neutrinos, y mesones, y ondas, pero no hay manera.
-¿Decís que las máquinas no pueden con ello?
-No pueden señor
-Hum… interesante. ¿Pero qué es aquella cosa?
-No lo sabemos. Apareció de repente, vino volando hasta aquí y mientras más lo miras, más horrible resulta. Se sentó, pesado como el plomo, y no se mueve. Y molesta a más no poder.
-Dispongo de muy poco tiempo -dijo Trurl-, pero podría tal vez quedarme aquí unos días como consultor vuestro. ¿Os parece bien?
Claro que a los de los Ojos de Acero les parecía bien y más que bien. Le preguntaron en seguida que debían traerle: ¿fotones, tornillos, martillos, quizá dinamita?¿Quizá cañones? ¿O quizá té para el querido huésped? Una maquinógrafa podía prepararlo al momento.
-La maquinógrafa puede venir con el té- accedió Trurl- porque es un procedimiento de servicio. En cuanto a las demás cosas, no hacen falta. Si, como habéis dicho, ni la máquina-asustadora, ni la maquinaza, ni el árbol-ariete dieron resultado, hay que emplear métodos distanciales, archivales y por tanto absolutamente fatales. Nunca he visto todavía que <> quedara sin efecto.
-¿A qué se refiere, por favor?- preguntaron los de los Ojos de Acero, pero Trurl, en vez de explicar, prosiguió….



Bueno, pues hasta aquí puedo leer. Otro día más.Salu2